Podríamos comparar a los hombres con relojes a los que se da cuerda y andan sin saber por qué; y cada vez que un hombre es engendrado o nacido, el reloj tiene cuerda de nuevo para repetir al pie de la letra la sonata ya tocada tantas veces, compás por compás, con insignificantes variaciones. Cada individuo, cada rostro humano no es más que un breve ensueño de la eterna voluntad de vivir, del genio inmortal de la Naturaleza. Es un boceto más que la voluntad traza, a modo de recreo, sobre el lienzo infinito del tiempo y el espacio, y que no conserva más que un instante imperceptible, borrándolo en seguida para pintar nuevas figuras. Pero este es precisamente el lado triste de la vida, porque cada uno de estos bocetos pasajeros, cada uno de estos vulgares croquis, debe arrastrar infinitos dolores en la plenitud de su violencia y al cabo la muerte amarga, largo tiempo temida y que siempre llega pronto. Esta es la causa de que al contemplar un cadáver nos pongamos repentinamente graves.
domingo, 1 de marzo de 2020
Arthur Schopenhauer
Podríamos comparar a los hombres con relojes a los que se da cuerda y andan sin saber por qué; y cada vez que un hombre es engendrado o nacido, el reloj tiene cuerda de nuevo para repetir al pie de la letra la sonata ya tocada tantas veces, compás por compás, con insignificantes variaciones. Cada individuo, cada rostro humano no es más que un breve ensueño de la eterna voluntad de vivir, del genio inmortal de la Naturaleza. Es un boceto más que la voluntad traza, a modo de recreo, sobre el lienzo infinito del tiempo y el espacio, y que no conserva más que un instante imperceptible, borrándolo en seguida para pintar nuevas figuras. Pero este es precisamente el lado triste de la vida, porque cada uno de estos bocetos pasajeros, cada uno de estos vulgares croquis, debe arrastrar infinitos dolores en la plenitud de su violencia y al cabo la muerte amarga, largo tiempo temida y que siempre llega pronto. Esta es la causa de que al contemplar un cadáver nos pongamos repentinamente graves.